Un psicólogo es alguien tan perdido como tú en
la vida. Sólo que tiene una linterna y un mapa, además de valentía para
acompañarte. Un psicólogo tiene que soportar que la gente hable de
Psicología, sin tener la menor idea al respecto. Es de
las profesiones más mitificadas del mundo, casi nadie ha leído el
“Código de Ética del Psicólogo” pero casi todo el mundo habla de lo que
debería ser o no hacer un psicólogo.
Un psicólogo es una
persona normal, fuma, bebe, baila, ama, tiene sexo, igual que todos.
Como en todas las profesiones, hay apáticos, drogadictos, arrogantes,
corruptos, faltos de ética, entre otras actitudes nefastas, pero también
hay psicólogos excepcionales, inquietos por naturaleza, con
personalidades exquisitas. Tal cual, como ser humano, nada le es ajeno y
en lo humano, la perfección no existe.
Sobre el psicólogo pesa el miedo de la sociedad.
Todo el mundo sabe que el psicólogo ve lo que nadie ve, eso da temor.
Un psicólogo generalmente dice lo que no deseas escuchar. Esa es una
labor titánica y siempre mal retribuida emocionalmente. Dentro de esta
sociedad el psicólogo es siempre un último recurso, antes se consulta:
el chamán, el sacerdote, el médico, el pastor, el brujo… Cuando en
realidad debería ser el primero. Un psicólogo no sabe la verdad de la
vida, no tiene fórmulas exactas no es químico, tampoco es adivino, menos
telépata. El psicólogo es científico. Aunque no siempre tiene razón,
pero siempre busca la verdad y la razón. Es un explorador, un
investigador por convicción.
La diferencia entre una persona
que estudia Psicología y la que no, radica en su relación con su sombra,
un psicólogo juega con su sombra. Un psicólogo es su propio instrumento
de trabajo. Un psicólogo nunca lo sabrá todo, pero puedes jurar que
nunca dejara de buscar saberlo todo.
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